2/15/2012

El amor en tiempos de trampas
Por: lic. Diego Samara

Algunas veces un amor, el trabajo, o ciertas adicciones se transforman en un refugio, en una suplencia que oculta la verdad de nuestro sentir y, por otro lado, un escape de algo sobre lo cual no se quiere saber. La angustia es un afecto que generalmente queremos evadir, buscando sustitutos que anestesien el dolor. Estas suplencias evitan enfrentarse con la verdad, con preguntas que impliquen al ser, quién es uno, qué lugar ocupa en relación con los demás.

De esta manera, desde el amor podemos notar dos aspectos, uno es el de su lado más pasional, imaginario donde dos se fusionan haciéndose uno, la media naranja -como dicen-, el encaje justo del uno para el otro; allí el partenaire sería un sustituto de lo que no funciona, suplencia de lo que no anda. Muchas veces el amante no tiene registro de lo que lo rodea, solo su amado toma todo su valor, volviéndose imprescindible e idealizado. Podemos notar aquí que desde la idealización y el engrandecimiento del amado, el yo del amante queda empobrecido, dependiente, como mirándolo desde abajo. Diferencias que se complementan. Si hay un supuesto complemento, aquello que no anda no se hace notar, ningún malestar se manifiesta. El deseo sólo se focaliza allí, siendo que el partenaire supuestamente lo tiene todo. El lugar de suplencia implica ocupar el lugar de otra cosa fraudulentamente, suplantar lo que no marcha, pero solamente cumple la función de un parche que no erradica nada, sólo vela la verdad de la angustia, la sensación de soledad, de no pertenencia.

El fraude no es sin consecuencias, como poner un ropaje, viendo a alguien en el otro que no lo es, pretendiendo que sea lo que no es. Pero el fraude y su gran show deben terminar, no se sostienen por mucho tiempo. La escena imaginaria cae cuando el partenaire comienza a manifestar su desnudez: “yo tengo mis tiempos”, “para mí otras cosas son importantes”, “yo no cambié, siempre fui así” (o “vos viste otra cosa en mí”). O desde el sujeto: “siempre querés tener la razón”, “sos demasiado prepotente”, “dejé todo por vos, me jugué”.

Muchas veces estos son momentos de motivo de consulta de una terapia, el primer paso para mejorar y no quedar estancado en una trampa imaginaria de rivalidad, desilusión o malestar.

La suplencia ya no funciona porque el sujeto colocó a su amado en lugar fraudulento de idealización y negación de su condición genuina. Considero esa condición genuina como el otro aspecto real del amor, como punto pivote para el lazo amoroso sin fraudes que se presenta como “es lo que hay, te guste o no”, o “tómalo o déjalo”, como un semejante con virtudes, falencias y deseos propios. Por supuesto que no es suficiente, no nos quedamos sólo con lo propio, como en el egocentrismo.

El tratamiento terapéutico permite trabajar estas cuestiones, porque no se trata de algo del orden de la voluntad, sino de aspectos más profundos que serán necesarios elaborar con el profesional.

Si hablamos de lazos se trata de anudar con el prójimo lo propio de cada uno, registrando ambos virtudes, deseos y falencias. En el amor genuino, ya no hay necesidad de encaje justo, sólo en la fantasía sexual dos se hacen uno. Para ello hay un camino a recorrer e indagar el lugar de cada uno y las condiciones de anudamientos entre el amor y el deseo. Lic. Diego Samara:

1/25/2012

Los diversos puentes grupales
Sobre la experiencia de formar parte de un grupo de reflexión o hacer terapia…
Por LIc. Diego Samara

Uno cambia, es otro desde que lo acompañan pares con los cuales enhebra un grupo de pertenencia; el que era prejuicioso de a poco va modificando sus pensamientos estancos, empieza a informarse y a escuchar en lo diverso.

Un grupo, también una terapia, pueden cumplir múltiples funciones, algunas de ellas son las de enganchar, anudar, enlazar, transformar ideas, desarmar mitos, dando lugar a más preguntas y nuevas respuestas. Pareciera un puente en donde uno va y viene, un puente porque también lleva a abrir más lugares, espacios psíquicos, o para ser más claro, te posibilita abrir la cabeza. Espacios psíquicos que abarcan un nosotros, lo nuestro, sin dejar de lado los lugares propios de cada uno. Estas aperturas no están separadas, son funcionales, digo, lo más propio de uno y lo más compartido del nosotros se influyen mutuamente, produciendo un yo más amplio y flexible. Muchas veces, por ejemplo, en la familia o pareja se transmite lo vivido, lo dicho del nosotros, así como en el grupo se transporta lo vivido en otros aspectos, ámbitos de la vida. De esta forma, se construyen herramientas para seguir avanzando, conectándose más con uno mismo, pero siempre es con un cable que viene del otro. Herramientas que exceden la palabra, lo dicho, otro volante si se puede llamarlo así, otra manera de manejarse, ya no de una manera recta, rígida donde sólo aparece lo blanco o lo negro, sino haciendo curvas, piruetas, apareciendo así otros matices, alternativas, como un pincel cuyos movimientos hacen nacer otros paisajes, otros grises ya con la diversidad puesta en juego.

Todos alguna vez nos armamos de una burbuja sostenida por miedos, fobias, prejuicios. Por suerte la burbuja a veces no es densa, lo que hace que los compañeros y el moderador del grupo o el Psicólogo la pinchen para que se desvanezca, dando cuenta que no todos somos iguales, pero me parece que el puente, de distintas formas, lo pasamos todos. De los mitos, los miedos, las fobias, los rechazos, en el fondo hacia nosotros mismos, hacia otra mirada que blanquea, ilumina, sorprende. Por eso pienso al grupo o una terapia como un puente, que nos lleva de una punta a la otra, hacia esos otros espacios.

El coordinador grupal tiene el rol de ser el disparador de todo esto, conjugando el aprendizaje con el amor, regulando todo el circuito, la dinámica grupal. Tiene que transmitir la sensación de cariño y de seguridad, ya que si eso irradia hace que se mantengan los códigos de respeto, sobre todo cuando quizá algo no nos guste del otro o viceversa. Es desde allí que crecen las raíces como algo firme, donde el puente se amarra, se cristaliza para que uno tenga dónde apoyarse y poder fluir yendo y viniendo. Desde allí crecen también las alas, que permiten que siempre surja algo nuevo, decisiones y opiniones, como lo único y auténtico de cada uno.

Por otro lado,también en un tratamiento terapeutico el punto más alto y difícil pero el más avanzado es cuestionarse, mirarse en el espejo. Atravesar esa otra mirada que no es la mía pero que engancha, es lo que más moviliza. La gasolina del motor que motiva a apostar por más y seguir participando comprometida y activamente del espacio.

 En ese sentido también, puedo recomendar los grupos de reflexión que coordina mi colega, el Lic. Alejandro Viedma. http://www.alejandroviedma08.blogspot.com/